Cuenta Sylvia Nasar, en su libro La gran búsqueda, que el economista Alfred Marshall, impulsado por las escenas de la pobreza victoriana y animado por sus lecturas de Marx, Dickens y Henry Mayhew (autor de una espléndida serie de crónicas sobre los pobres de Londres) decidió salir a las barriadas industriales para conversar con los obreros, los sindicalistas y los gerentes de las fábricas y entender por qué el avance de las técnicas de producción en la Inglaterra victoriana coexistía con la miseria de los trabajadores.
Marshall tenía la intuición de que la pobreza se podía reducir elevando los salarios por la vía del aumento en la productividad y para saber cómo lograrlo tenía que abrir, él mismo, la caja negra de las empresas de su tiempo. Marshall, ávido de información, ideó una base de datos que registró a puño y letra en un cuaderno al que le llamó el ‘libro rojo’.
Hace tres semanas, Dani Rodrik publicó una columna en Project Syndicate con el título sugestivo de La metamorfosis de la política de crecimiento. Dice Rodrik: “Históricamente, la industrialización ha sido esencial para reducir pobreza. Pero el contexto global y tecnológico de hoy implican que el crecimiento económico en los países en desarrollo solo es posible elevando la productividad en las empresas informales y pequeñas que emplean a la mayoría de los pobres y a la parte baja de la clase media”.
Marshall y Rodrik se enfocan en la productividad como un canal no solo para elevar el crecimiento sino para reducir la pobreza, ambos economistas observan la dimensión distributiva de la productividad, pero Rodrik actualiza el desafío marshalliano al contexto actual: en esta época, el vehículo ya no puede ser la gran industria manufacturera sino las empresas pequeñas e informales. La semana pasada el Dane publicó un estudio trascendental que podría ser el ‘libro rojo’ de los micronegocios en Colombia (unidades económicas de menos de 9 ocupados).
Se trata del cruce de la encuesta de micronegocios (Emicron) con la Gran Encuesta Integrada de Hogares (GEIH). El estudio tiende puentes entre el mundo del bienestar de los hogares y el mecanismo interno de los micronegocios. Algunos resultados anticipan la complejidad y riqueza de este tejido productivo; por ejemplo, de los 5,4 millones de propietarios de micronegocios en 2020, el 40% era pobre, el 33% vulnerable y el 24% de clase media. Mientras que un tercio del total de propietarios reconoció que montó el micronegocio porque no tenía otra alternativa de ingresos, otro tercio cuenta que lo hizo porque encontró una oportunidad de negocio en el mercado.
¿Cuáles son las empresas pequeñas e informales que vale la pena potenciar? ¿Cuáles son las barreras por remover para que a estas empresas les sea atractivo formalizarse?
Una nueva política social está por escribirse, y es la que resultará después de -como ya lo hizo Marshall en el siglo XIX- sumergirnos en las barriadas de las empresas de nuestro tiempo.
ROBERTO ANGULO
Socio fundador de Inclusión SAS
rangulo@inclusionsas.com